martes, 2 de abril de 2013

Herencias

Ahora que ya ha pasado la época de poda, llega el tiempo de harar. Pero todavía hay que esperar que los tímidos rayos de sol de la primavera seque la mojada tierra de los campos. 


Este año el agua y las nevadas han hecho que la tierra esté más blanda de lo normal. Hay que esperar que el sol de primavera que todavía apenas calienta seque los campos, que la tierra se endurezca, para que el harado y los bueyes, en aquellos lugares en los que el tractor todavía no ha llegado en pleno siglo XXI, puedan trabajar. 

Pronto empezaré a ver en los campos vecinos, a una pareja de hombres, padre e hijo, trabajando la tierra. Uno dirigiendo los animales, una enorme pareja de bueyes, otro, dirigiendo el harado, con un entendimiento que no necesita palabras. Como antaño, como en tiempos de sus padres, de sus abuelos. 

Después tocará recoger el harado y cuidar de los animales. Limpiarlos, secarlos y darles de comer. Dejarlos listos para otra dura jornada de trabajo al día siguiente. 

Ver a ese padre y a ese hijo me recuerda mi infancia. Ver a mi aitite sentado en el frío suelo de piedra. Con una punta y un martillo. Sin pausa, pero sin prisa. Golpe a golpe, afilando la guadaña. Dejándola lista para que mi aita puediera usarla. Ahora mi aitite ya no está, y ya hace tiempo que no oigo ese rítmico sonido. Pero todavía hoy, en esos días soleados de pimavera y verano, puedo cerrar los ojos y verlo sentado. Con sus pantalones azules de mahón. Su camisa a cuadros arremangada y un viejo sombrero en la cabeza. Entre el sol y  la sombra. 

De la misma forma, puede ver a mi amuma Luci, a la madre de mi padre, pequeña, enjunta, en pleno invierno, en época de txarribodas, con la camisa arremangada por encima de codo, agachada frente al cerdo, con el brazo en un barreño revolviendo la sangre que brota del cuello del moribundo animal. Ella tampoco está. Y también puedo ver a mi otra amuma, a Miren, la madre de mi madre, limpiando los intestinos del cerdo. Ella también arremanga, pero a diferencia de amuma Luci, ella es alta, ancha, una mujerona. 

También veo al hermano de mi aita, al tío José Manuel, junto a su madre, preparando la manteca, mano a mano, igual que ese padre y ese hijo del que ya os he hablado, sin necesidad de palabras. Él tampoco está. 

Alguno de ellos ya son muchos años que se han ido, otro no tanto. Por suerte, ahora veo a mi ama y a mi aita, siguiendo la tradición que heredaron. En casa se siguen criando cerdos, ya no tenemos vacas, y se siguen haciendo txarribodas. Lo que temo es que, con ellos, la tradición acabe. Ni mi hermano ni yo sabemos nada de cerdos, y menos de morcillas y chorizos si no es para catarlos. 

Ahora que parece que con la crisis el sector primario, el campo, la ganadería, "vuelven a estar de moda", espero que estas tradiciones no se pierdan. Espero que siga habiendo hijos, e hijas, que decidan seguir los pasos de sus padres, de sus abuelos. 

Yo seguiré cerrando los ojos para oir a mi aitite afilar la guadaña.